domingo, 29 de octubre de 2017

VILLORA/MONTESINOS: BARRIO DE LAS LETRAS


Víllora.

En la Sala Tirso de Molina, quinto piso del teatro de la Comedia, los clásicos y menos clásicos, la palabra de oro; como el mismo siglo; “no hay billetes”, como en los toros. Y los deseos de don Estrafalario en Los cuernos de don Friolera cumplidos: “quiero para el teatro la pasión de los aficiona los  a los toros”. El éxito aconsejaría mantener en cartel El barrio de las letras. O reponerlo, será tiempo entonces de una crítica en profundidad. En cuanto a actores, la veteranía de María José Alfonso, la grácil presencia escénica de Yolanda Ulloa; la soltura y versátil firmeza    de Carlos Manuel Diaz y Alejandro Navamuel; y la recuperación para el teatro de una gran voz y un excelente actor, Fernando Conde, que  abandonó hace años Martes y Trece.

Me gusta más la primera parte y de la segunda me resultan prescindibles Iriarte y Elena Fortún. Echo de menos a Valle Inclán que si no vivió en este barrio, sino en Arguelles y en General Oraa, sí lo frecuentó. Al menos por sus trifulcas con  Pérez Galdós, don Benito el Garbancero, hubiera merecido un lugar entre tantas excelencias. Pedro Manuel Víllora y Ángel Fernández Montesinos han unido sus capacidades creativas para rendir tributo al teatro, la historia y la poesía en el corazón de Madrid. Empiezan en la casa de Lope y la imprenta Juan de la Cuesta y acaban en la Comedia. En estas calles  nacieron o al menos vivieron los mayores ingenios poéticos y literarios de nuestra historia.

 Grandes versos de Lope, Quevedo, Góngora o Cervantes, versos de amor humano y divino. Sátiras, insultos feroces de todos contra todos, menos de Cervantes -alguna leve crítica- respetado en líneas generales y respetuoso con los demás. Cervantes fracasó en teatro, mientras el Fénix de los Ingenios, se alzaba con “el cetro de la Monarquia cómica”. Para muchos es un sacrilegio esta teoría que sustento: mejor le hubiera ido al teatro español si hubiera seguido los caminos de Cervantes en vez de los de Lope. Cruel, aunque divertido,  el escarnio de Ruiz de Alarcón, el Corcovilla.

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