martes, 23 de mayo de 2017

PANGUAS COMISARI0 VENAL y EL RABO PALOMO


 

El precio  de un rabo.
Hace unos días murió Palomo Linares mal torero,  gran persona sin duda, buena gente dicen quienes lo trataron. Según cuentan sus más allegados, no fue feliz en sus últimos años a pesar de haber sido famoso y rico y estar casado con una mujer bellísima; en la vida no se puede tenerlo todo. Con frecuencia hay que elegir y, a lo peor, elegimos mal. O el destino elige por nosotros, lo cual es  peor. “Los  hombres mueren y no son felices”, escribe Albert Camus.

A propósito de su muerte se ha sacado a colación lo que más podía perjudicar a su carrera apuntalada siempre a la sombra de la poderosa casa de los Lozano: el célebre rabo que le otorgó un comisario generoso a la hora de otorgar trofeos; el comisario Panguas. Sobre aquel rabo, que profanaba el sagrado templo de la Ventas,  han corrido ríos de tinta y de dinero. Ver hemeroteca y comprobar lo que dijeron Cañabate, el más moderado, creo recordar; Vicente Zabala beligerante en Nuevo Diario y Navalón decididamente belicoso y agresivo en Pueblo. Este llegó a decir que  Panguas se había embolsado 500.000 pesetas. Pero ya se sabe que Navalón era un bocazas.

 Lo cierto es que todavía vivo Franco, el franquismo crepuscular o tardofranquismo que le gustaba decir a Umbral, un comisario de policía  fue fulminantemente desalojado del palco de la Ventas por siempre jamás amén. Al dia siguiente la andanada del 8 se puso crespones negros, pero la fechoría de Panguas estaba consumada.

Descanse en paz Palomo Linares. Nunca mandó en esto salvo lo que mandaban los siempre poderosos hermanos Lozano. Quién de verdad mandaba era el Pelos, el del salto del batracio, el hipnotizador de multitudes y la hábil propaganda del Pipo. Una de las mentes más ágiles y despiertas que he conocido. Un dia le dije dicen que usted echó de las plazas a los buenos aficionados.   “yo llené las plazas; los buenos aficionados que usted dice, caben en un autobús”. Y pasó a contarme sus aventuras en la Casa Blanca con los hermanos Kennedy. Estuvo a un muletazo  de inventarse, mientras afilaba su sonrisa de lobo, que había seducido a la mismísima Jackie Kennedy.

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