SHEREZADE EN MADRID.
Pensaba dedicar este post a Borja Ortiz de Gondra, María Diaz y Sara Moraleda los más fieles seguidores de mi diario, obsesionados por
descubrir la identidad de mis personajes de fábula. Me sorprende que no traten de indagar sobre mi amigo equis, el
postrer amante de la Alfarera Prodigiosa, personaje turbio del que ella escapó rumbo a la Polinesia. Tendrá
su lugar en La novela de la Alfarera y
un lugar no precisamente glorioso.
También pensaba dedicárselo a María Hervás, que pasa del asunto de las identidades y, en especial a Truman Capote, que me manda una carta autógrafa llena de ternura y amor y afirma:
“mi Marylin, ya es desnudada y sólo cuando ella quiere, con amor y poesía.
Marylin empieza a ser inmortal”. En próximo post daré más detalles. Pero estoy seguro de que ni Marylin ni Truman van a tener oportunidad ni ganas de leer el post. Así que
para qué voy a dedicárselo. Y lo pongo a su disposición como vehículo de comunicación epistolar.
María Hervás anda
enredada ahora con los ensayos de los Gondra y no está para adivinanzas. La
gran adivinanza de María Hervás en estos momentos es Ainara, Garbiñe y una monja bajo la férula de Josep María Mestres y armar el entramado de la obra con
maravillosas actrices de mi devocionario: Cecilia
Solaguren, Pepa Pedroche, Victoria Salvador y Sonsoles Benedicto. Al reparto masculino le
tengo prometido un post entero para dentro de muy poco.
En anteriores post he
dado suficientes datos para que no se me pueda acusar de enmascarar y velar la identidad de Sherezade. Léanlos y
verán que he jugado limpio, cosa que no
hago siempre, pese a mi natural de noble castellano sin posesiones ni
herencias. Sherezade no guarda ningún parentesco con mi adorada Alfarera a la
que me temo he perdido para siempre y
solo me queda, para retenerla, el texto que les tengo prometido a mis lectores,
La novela de la Alfarera. Está en
marcha y les dí una primicia hace pocos
días. Vuelvan a pinchar mis spots y se enterarán. Lo más que puedo decir es que
a Alfarera le he sido infiel con Sherezade.
Lo cierto es que, como ya he dicho, sé quién Sherezade, pero
no lo confesaré ni bajo tortura porque en estos momentos Sherezade es ya un
personaje mitológico de la cultura árabe y si la desmitificara hasta Ali Babá y sus 40 ladrones me
declararían la guerra. Sherezade se quedó corta con los 40 ladrones. En esta
democracia putrefacta yo puedo contabilizar 40.000 ladrones, desde el Emérito
hasta cualquier funcionario municipal y espeso.
Sherezade ha estado en Madrid, efímera y fugaz; luminosa de rocío
como ese rayo de luz que anuncia el alba, y la desesperación del sultán que
apenas duerme ni de noche ni de día. Su venida a Madrid es un aviso de que no
permitirá interferencias con la tríbadas que la aman. Ni con los jenízaros de la
escolta. Son celos del sultán por que me consta, por una de mis enlaces del
gineceo, que ninguna doncella del reino
o sultanato correrá el más mínimo peligro, que ese amor es purísimo.
Me cuenta apenada que
el rey ha mandado ejecutar al más apuesto de su escolta, un capitán de
jenízaros, porque sospechaba que mientras él dormitaba bajo los efectos
adormideros de las historias había holgado con Sherezade. No le pregunto a
Sherezade si eso fue verdad o no, porque no me importa y no tengo derecho a
inmiscuirme en su vida privada. Me describe, con tal precisión y tal pasión por
la estética, del cuerpo del capitán, que no creo que eso pueda inventarse sin
un conocimiento empírico. Claro que con igual precisión y belleza, con un
sentido más poemático del cuerpo femenino, sus proporciones, la tersura de su
piel, Shrezade me ha pintado la hermosura virginal de sus amigas las tríbadas.
He tenido que pedirle, pese a la fascinación de su relato, que moderara su
entusiasmo.
En algunos momentos tuve la impresión de que Shresade se
describía a si misma, cosa que yo no haré por no poner en peligro su identidad en
Madrid y porque jamás describo físicamente a mis heroinas. Prefiero describir
su alma que es lo que más me gusta de mis mujeres, antes de conocer su cuerpo. Y el alma de mi amiga Sherezade
es una abismo luminoso, la luminosidad del enigma, la luz negra que es las más bella
de todas las luces, la esencia de la luz. Sigue igual de bella y con un algo en
sus ojos tan indescifrable como hace un mes, como hace siempre.
Mi amiga Sheresade
tiene más bella la mirada que los ojos siempre con una sutil e indefinida
tristeza. Yo siempre he creido que es la tristeza de la inteligencia que a
todos los privilegiados inteligentes acaba por hacernos infelices. Es todo lo
que puedo decir de su físico, me acomete en estos momentos una especie de
alzheimer visual, óptico que me borra su rostro. Acabo de dejarla en Lavapiés,
frente al Valle Inclán, a bordo de un helicóptero que la llevará a Barajas para
subir a un avión privado de su Rey. Ya en Barajas, un mensaje: “Sé que nunca
dejarás de amarme. Puedes serme tan infiel como lo pueda yo ser contigo. Pero
no me seas desleal”.
P/D. Muy personal
Guárdate de la cruz y de la medialuna; guárdate de la hoz sin
el martillo y del martillo sin la hoz (Vallejo).
Que tus tríbadas bellas te protejan y los apuestos jenízaros sean tu guardia;
guárdate del que escribe, pero ámalo; guárdate de ti misma, pero ámate más que
a nadie; engaña al Sultán, pero sin mentirle. Y guárdate de banquetes y fiestas
de sociedad cuyo menú y listas de invitados no hayas elegido y seleccionado tú.
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