Nota definitiva y
última sobre la Alfarera Prodigiosa.
Me conmueve y
sorprende el interés que ha suscitado tan
vertiginoso personaje, muy superior al de mi amigo cuya identidad nadie
se ha molestado en indagar. Pasan de él.
Asunto cerrado al menos en este blog. No insistan, queridos amigos. Vuelvan a
la lectura de anteriores posts; ahí está todo explicado. O todo lo que he
considerado oportuno explicar. La incógnita
sobre el futuro de la Alfarera, carece de sentido: el futuro visto desde el presente, no existe. No hay más cera
que la que arde; aunque esta cera lleve el signo litúrgico de lo sagrado. La
gente de teatro sabemos cómo son estas cosas, lasdel barro y la cerámica no sé. En
realidad la Alfarera podría estar retratada en este soneto, pero nunca le
gustó. Decía que esta mujer no era ella. Pudiera ser. Los poetas tendemos
siempre a deformar la realidad.
Contemplo tu belleza y me da miedo,
Fulgor fatal de asombro y desafío,
Grácil gacela herida por el frío
Rayo solar, lunar, divino y quedo.
Escucho tu silencio y me atormento.
Más me turba tu risa que tu mano
Más tu secreto son,
quieto y lejano,
Que la risa fugaz y su lamento.
Luz insurgente dame los
latidos
No de tu corazón, sino del largo
Demorar de tu tacto y de tu beso;
Dame la dimensión de los sentidos
Que en tu conciencia deposito y cargo,
Leve peso de un pálido
suceso.
Celia Mayer y el teatro.
Me había olvidado ya de Celia
Mayer y de mi curiosidad por si ha pisado ya o no el patio de butacas de su teatro, El Español;
no estuvo ni siquiera la noche en que vino a una función de su padre, Max Aub, la hija. Se trataba de simple
cortesía, si Celia Mayer supiera quién es Max Aub. Me la ha recordado la
noticia de su embarazo por el que la felicito. Algunos creían que mis críticas a la concejala de
cultura, iban en beneficio de Juan Carlos Pérez de la Fuente. La cosa
pudiera ser cierta en principio. Pero a raíz del numanticidio de Pérez, al que felicito por haberle ganado el
pleito al Ayuntamiento, la cosa era menos personalista: su desdén por el
teatro, la incultura básica de Mayer. Tras el numanticidio de Pérez, me olvidé
de ella y ella de mí. Me centré en la cacería, verdaderamente infame, que se desató contra mí tras mi crítica negativa sobre el montaje y versión
de la Numancia de Cervantes.
Entonces escribí que hacer crítica de teatro se estaba
convirtiendo en un ejercicio de alto riesgo, por lo cual dije a mis amigos de
la farándula que acaso no fuera aconsejable seguir con mi amistad. Un director
relativamente joven escribió que
“esperaba merecer mi silencio y mi olvido”, recomendación que he cumplido y
cumpliré a rajatabla, con gran disgusto de mi amigo Luis Torres que es hombre de bien y de talante conciliador. Luis
Torres está haciendo una magnífica labor al frente del Fernando Fernán Gómez.
Las querellas entre
críticos y creadores no son nada nuevo. Buero
Vallejo escribió una obra, El caimán me
parece, tratando de demostrar, con la analogía de un crítico de arte daltónico,
que Haro Tecglen estaba incapacitado
para ver teatro. Sobre este periodista, Alberto Miralles escribió un
panfleto corrosivo titulado No
pasaremos por el aro. La gente de la farándula es gente de bien, gente
frágil a la que un inocente adjetivo puede herir. Marsillach (Tan lejos, tan
cerca) y Moliere pensaban de otra forma, pero yo no estoy de acuerdo
con ellos. Sobre Haro, Marsillach escribió: “antes le parecía bien todo lo que
yo hacía; ahora todo le parece mal”.
Soneto canalla para vieja amiga.
Contaba en mi anterior post el casual encuentro en el Gijón
con una amiga a la que no veía hace 40 años, hoy viuda honorable y adinerada,
abuela cariñosa, y antes meretriz exquisita
a la que yo daba rango de hetaira; decía que esto, lo de hetaira, la dignificaba. Yo la creía porque era
malísima actriz y no sabía mentir. Tan malísima que desistió del escenario casi
antes de subirse a él. Lo peor era, me decía el otro dia, mientras sus nietos se
tomaban unas cañas en la terraza del Gijón, que esa vida me iba endureciendo el
corazón. Cada cliente, por refinado y generoso que fuera, me volvía el corazón
de piedra. Me recordó un viejo soneto que le hice en aquellos tiempos y me ha
pedido que lo publique sin citar su nombre, claro. Este poema lo tengo incluido
en Sonetos del amor canalla, que
publicaré no sé cuándo. Dice así.
(A una mujer que cobraba por su cuerpo
y
tenía mala conciencia)
Tú no eres
puta, tú eres una diosa
Que del
mortal exige reverencia.
Tan sólo por
mirarte, su existencia
Un dios arriesgaría, procelosa.
Por mirar tu sonrisa dolorosa,
Paguen sin
dolo, tasa ni clemencia.
Y envenenen su cruel concupiscencia
Con el peor
veneno: el de la rosa.
Paguen
oro por solo contemplarte.
Miren tu
cuerpo y solo por mirarte
Acepten sin
protesta precio y trato,
Óbolo de
pagarte a más de amarte;
Que por
acariciarte y por besarte
Pena de
muerte es precio muy barato.
No hay comentarios:
Publicar un comentario