Reverte, el mejor escritor de viajes.
Después de leer Un verano chino de Javier Reverte creo que nunca pisaré las calles de ese asqueroso
gigante asiático. China se me ha venido abajo incluso en las referencias a Mao Tse Tung del que Reverte hace una
exégesis crítica no tanto sobre sus
iniciáticos pasos libertadores de la Gran Marcha, cuanto de
las consecuencias de sus planteamientos. Es sabido que Mao era poeta que daba
a la expresión artística primacía sobre
la expresión doctrinal (Congreso de
Yenan 1942, aportación personal). Un poeta, mal asunto para una revolución. Por
eso, el lírico dejó paso al Dictador implacable: sangre y represión en vez de
metáforas.
Reverte es un narrador ágil y práctico, con el don de hacerle
visualizar al lector los sucesos y los paisajes; las palabras son lo que son y
valen para contar sucesos. Es, a la vez, un analista de la historia y, siempre que lo
cree oportuno o un detalle humano o geográfico se lo permite o se lo exige, entra en los
fondos de esa historia.
El verbo,columna vertebral de un estilo.
Me acuerdo de un viejo verso mío en torno a cuyo significado hemos
pasado mucho tiempo razonando o soñando:
“Porque un paisaje es nada si no lo habita un hombre”. En realidad, el verso era “si no le habita un
sueño”. Pero Reverte se empeñó en que lo cambiase y prevaleció su opinión. Ahí,
creo yo, estaba ya la teoría que lo ha convertido en el mejor escritor de viajes
de este país: paisajes y hombres. No era esta nuestra principal discusión. Hay
otra que también viene a cuento porque es la palanca de un escritor de viajes y
resucita siempre que nos
vemos; es la primacía del adjetivo o del verbo en el estilo de un
escritor. Yo sigo aferrado al adjetivo y Reverte al verbo; quizá por eso él
escribe libros de viajes y yo teorías teatrales, crónicas taurinas y versos. Ignoro qué es mejor, si el adjetivo o
el verbo, cada cosa, supongo, a su tiempo. Pero a la vista de cómo han evolucionado nuestras respectivas trayectorias, desde los
tiempos del Café Gijón, está claro que él tiene la razón; sus libros de viajes se
cuentan por bestseller y no hay rincón del mundo que le sea ajeno. Estoy seguro
de que el primer libro sobre la Luna o sobre Marte, lo escribirá él.
Dicho esto, si me fio de este libro y no hay razón para que
no lo haga, nunca entraré en China: contaminación espesa que asfixia, ríos de
deshechos malolientes, ciudades populosas y tumultuarias, grosería. Y lo peor de todo, la costumbre abominable de
escupir por las calles. Es la cultura del gargajo y el lapo como forma
higiénica de expresión y como arte. Quiero suponer que son los efectos purgativos de
gargantas heridas por la polución.
Por qué una mujer se hace lesbiana en China
Xiao, la avispada intérprete
que acompaña a Reverte, dice: “me hice lesbiana porque no puedo soportar a los
hombres chinos”. Xiao es un personaje de novela. Habla un castellano perfecto
de la Universidad de Salamanca, y la jerga de Lavapies y la noche libre de
Madrid. Completa y enriquece la visión del autor cuando este no alcanza a
profundizar en algunos aspectos. Entonces ahí está Xiao, autóctona, que lo sabe todo. Reverte no es turista ni
escribe para turistas; opone la razón romántica e indagadora a la razón
gregaria: la individualidad frente al rebaño.
Nunca entraré en
China, jamás me expondré a morir asfixiado de mierda ni a que me alcance el
gargajo de un guarro. Ni siquiera para contemplar ese alarido de la naturaleza, el Yangtsé enfurecido en catarata encajonada, que se llama el Salto del
Tigre. Reverte lo describe con grandeza y sin rebuscar adjetivos, con ecos épicos de Joseph
Conrard. Mas, ¿para qué hacer un viaje si lo tengo delante, en un libro?. A fin de cuentas, según Reverte, la conclusión es obvia: China, síntesis de los peor del comunismo y lo peor del capitalismo.
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