viernes, 8 de enero de 2016

CHINA Y JAVIER REVERTE. UN VERANO CHINO.

Reverte, el mejor escritor de viajes.
Después de leer Un verano chino de Javier Reverte creo que nunca pisaré las calles de ese asqueroso gigante asiático. China se me ha venido abajo incluso en las referencias a Mao Tse Tung del que Reverte hace una exégesis crítica  no tanto sobre sus iniciáticos pasos  libertadores de la Gran Marcha, cuanto de las consecuencias de sus planteamientos. Es sabido que Mao era poeta que daba a la expresión artística  primacía sobre la expresión  doctrinal (Congreso de Yenan 1942, aportación personal). Un poeta, mal asunto para una revolución. Por eso, el lírico dejó paso al Dictador implacable: sangre y represión en vez de metáforas.

Reverte es un narrador ágil y práctico, con el don de hacerle visualizar al lector los sucesos y los paisajes; las palabras son lo que son y valen para contar sucesos. Es, a la vez,  un analista de la historia y, siempre que lo cree oportuno o un detalle humano o geográfico  se lo permite o se lo exige, entra en los fondos de esa  historia.

El verbo,columna vertebral de un estilo.
Me acuerdo de un viejo verso mío en torno a cuyo significado hemos pasado  mucho tiempo razonando o soñando: “Porque un paisaje es nada si no lo habita un hombre”.  En realidad, el verso era “si no le habita un sueño”. Pero Reverte se empeñó en que lo cambiase y prevaleció su opinión. Ahí, creo yo, estaba ya la teoría que lo ha convertido en el mejor escritor de viajes de este país: paisajes y hombres. No era esta nuestra principal discusión. Hay otra que también viene a cuento porque es la palanca de un escritor de viajes y resucita  siempre  que nos  vemos; es la primacía del adjetivo o del verbo en el estilo de un escritor. Yo sigo aferrado al adjetivo y Reverte al verbo; quizá por eso él escribe libros de viajes y yo teorías teatrales,  crónicas taurinas y  versos. Ignoro qué es mejor, si el adjetivo o el verbo, cada cosa, supongo, a su tiempo. Pero a  la vista de cómo han evolucionado  nuestras respectivas trayectorias, desde los tiempos del Café  Gijón, está claro que  él tiene la razón; sus libros de viajes se cuentan por bestseller y no hay rincón del mundo que le sea ajeno. Estoy seguro de que el primer libro sobre la Luna o sobre Marte, lo escribirá él.
Dicho esto, si me fio de este libro y no hay razón para que no lo haga, nunca entraré en China: contaminación espesa que asfixia, ríos de deshechos malolientes, ciudades populosas y tumultuarias, grosería.  Y lo peor de todo, la costumbre abominable de escupir por las calles. Es la cultura del gargajo y el lapo como forma higiénica de expresión y como arte. Quiero suponer que son los efectos purgativos de gargantas heridas por la polución.

Por qué una mujer se hace lesbiana en China
 Xiao,  la avispada intérprete que acompaña a Reverte,  dice: “me hice lesbiana porque no puedo soportar a los hombres chinos”. Xiao es un personaje de novela. Habla un castellano perfecto de la Universidad de Salamanca,  y la jerga de Lavapies y la noche libre de Madrid. Completa y enriquece la visión del autor cuando este no alcanza a profundizar en algunos aspectos. Entonces ahí está Xiao, autóctona,  que lo sabe todo. Reverte no es turista ni escribe para turistas;  opone la  razón romántica e indagadora a la razón gregaria: la individualidad frente al rebaño.

 Nunca entraré en China, jamás me expondré a morir asfixiado de mierda ni a que me alcance el gargajo de un guarro. Ni siquiera para contemplar ese alarido  de la naturaleza, el Yangtsé enfurecido en  catarata encajonada, que se llama el Salto del Tigre. Reverte lo describe con grandeza y sin rebuscar adjetivos, con ecos épicos  de Joseph Conrard.  Mas, ¿para qué hacer  un viaje si lo tengo delante, en un libro?. A fin de cuentas, según Reverte, la conclusión es obvia: China, síntesis de los peor del comunismo y lo peor del capitalismo.

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