Umbral, peligro. Un clase en el Master
Una clase en el Master del Mundo es un gran experiencia
sobre todo para alguien de escasa vocación docente como yo. Cuando más ejercité
esta actividad fue, por necesidad, en mi
época de charnego en Barcelona como profesor de latín. Esta promoción, así a vuelapluma,
parece indagadora sin tregua, primera
exigencia para ser periodistas; y con la generosidad de atribuirle al
“profesor” dudosa jerarquía de magisterio. El magisterio, seamos claros, parte de alumnos que abren nuevas dudas a unas teorías que consideramos
canónicas. No hay canon; hay heterodoxia
o no hay nada.
Para iniciar una reflexión sobre el sentido del periodismo y para la cuestión del estilo, sostuve que Francisco Umbral había hecho mucho daño a las promociones de
periodistas posteriores a él. La distinción entre escritores que escriben en
periódicos y periodistas es artificiosa. Umbral es un periodista maestro de la columna
y alquimista de una actualidad que fija en el imán de las negritas.
¿Cuál es el peligro de Umbral para los
jóvenes? La dirección antagónica de su estructura
estilística; o sea la palabra canalla y la palabra lírica: la calle y la
academia. Lo que García Posada llamaba el látigo y la rosa. Los fervorosos de Umbral
suelen quedarse en la rosa, pero les falta el látigo. El problema no es Umbral,
sino los umbralistas; los que tratan de imitar un estilo inimitable; sobre todo
por el don de la adjetivación. O las
asociaciones adjetivadoras, que esa es otra.
Le debo a Pia Tedesco, cabaretera argentina en la
Sala Jardiel Poncela más que una crítica; más que un mirada con la esperanza de verla
reflejada en su mirada inmensa. María Tedesco es de esas mujeres que en la distancia corta tiene la mirada más
bella que los ojos. Ese es el secreto de algunas personas. Tan misterioso como inocencia de Pia, demasiado para una cabaretera que padece y canta penas de amor. Le debo unos versos por haberme hecho partícipe de su
espectáculo, por la complicidad de una juventud imposible, como si el tiempo
caminase a la inversa, en busca del milagro de una noche en un teatro de
Alcobendas hace 40 años: Sara Montiel sentada en mis rodillas acariciándome los ojos con el humo de
su cigarro.
Paco Umbral, cuando se lo contaron, por poco se muere de envidia. Y
creo que siempre me guardó rencor, pues se creía con todos los derechos sobre
su idolatrada Sara. Como muchos de mis amigos ayer en la Sala Jardiel Poncela, que se
jodan, ¡hala!. Tengo el destino fatal de hombre al que las mujeres más bellas
toman por asiento, lo cual, creo yo, no es un destino glorioso aunque lo
parezca y yo lo acepte como tal. Así tengo
yo de desahuciadas mis piernas: de tanto soportar el leve peso de mujeres
gráciles, angélicas o perversas.
No demoraré más ese verso
prometido. Y puesto que Pia Tedesco nos cuenta una historia de amor maldito,
echo mano de mi libro Indicios y
desmemorias, y leo con el
pensamiento puesto en la sufriente Pia Tedesco, dulce cabaretera ultrajada por un mundo canalla; “Pronunció/ la
palabra fatal/ dijo amor/y se hundió/ en el abismo”. Todo esto no me libera de
mi melancolía esencial. Sigo fiel a don
Ramón de Campoamor, cuando crepuscular y amante, se lamentaba: “las
hijas de las madres que amé tanto/ me
besan ya como se besa a un santo”.
El amor y otros vicios no es solo Pia Tedesco, aunque sea mucho. Es
también un colosal grupo musical: Joshua
Diaz, Gerardo Ramos, Ramón Mucci y Néstor
Ballesteros. Pero hoy todas las
metáforas han de ser para Pia Tedesco. Prometo volver sobre ese grupo y la
magia del clarinete de Joshua en la sala
Guirau. He seguido el pulso de esa sala
bajo la mano, hasta el momento
independiente y firme, de Luis Torres. Y siempre abierta. Nota: no se sorprendan si en ocasiones se me va el nombre de Sala Jardiel Poncela a Sala Guirau. Es un homenaje al amigo difunto, Antonio, que sacó un gran partido de ella cuando era un simple salón de actos. El subconciente es implacable.
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