Isabel Mazuelas; In memoriam
Noviembre es el mes de los difuntos:
crisantemos sobre las tumbas. Pero hay muertos que son más muertos que otros. O
menos muertos, si se quiere, pues siguen viviendo en el corazón de la gente. Murió Isabel Mazuelas, hermana de Txetxu Mazuelas, hija de Montserrat Angulo y de José Luis Mazuelas, el viejo sabio de los
toros; el vasco nacido en Burgos por ese
don de los bilbaínos de nacer donde les
da la gana.
Cuando murió el viejo Mazuelas Manuel Llorente le hizo un obituario en
verso: cambió la técnica del obituario para los
especialistas en necrológicas.
Ahora ha repetido suerte ante las cenizas de Isabel Mazuelas, emulando desde el cariño
la explosión romántica de Larra ante
la tumba de Zorrilla. La inmediatez de estos versos, su urgencia, tiene el valor de una crónica, la
crónica de una vida; y una poética mortuoria intensa y limpia, que es un
canto a la resurrección. Nadie está muerto mientras lo recuerden versos como estos. Fragmentos del poema:
“Buena tardes, princesa/buenas
noches, buenos días, princesa muerta/ Te saludo ahora y luego, más tarde y siempre./
Pero no soy yo quien te acaricia con palabras./ Sólo soy la palmera que se mece
cuando el sol se rie. (…)
Somos todos los que estamos aquí/ en
un jardín/ donde las cigüeñas deletrean tu nombre (…)
Ahora, cuando la tarde sabe a miel,/
te recuerdo radiante,/ surges silenciosa y tan blanca./ Como un gaviota/
planeas por las playas de Málaga;/ hablando sin hablar/ diciendo todo sin abrir
los labios/ como un lamento, como una oración.
(…)
Te lo advierto. Esta noche/ cuando
estés más dormida/ te volverá a sonar el móvil./ Y sé que mañana me llamarás/.
Otra vez.”
Dan ganas de morirse para que a uno
le hagan versos.
Nuestra historia: la comida y los
muertos
Aprovecho los versos anteriores para enlazar
la celebración de los muertos que, en la sala Max Aub de Matadero, hace la
compañía mexicana Vaca 35. Sólo cuatro días…El teatro de Madrid está
exultante y un poco enloquecido. Espectadores y críticos, de
cabeza; sin poder dar abasto. El dia del estreno de Vaca 35, a cincuenta metros estrenaba Eduardo Vaco, El mercader de Venecia.
El mundo de los muertos como prolongación de una vida jocunda: gastronomía, cocina, historia. Somos lo que
comemos y lo que compartimos con los muertos. Y lo que cocinamos, como una
herencia y una conciencia. Al final, los intérpretes comparten con los
espectadores lo que han cocinado entre grescas, evocaciones y memoria
familiar. México y España en el
presente; liturgia precolombina también. Naturalmente.
Me hubiera quedado a comer las
alubias con chorizo porque es lo que más me gustaba de mi madre. Y el salmorejo,
por pasión de Córdoba. Había verdaderas peregrinaciones para comer las alubias
con chorizo y oreja de la señá Rosario,
mi madre, en Torre de los Molinos, una aldea de Palencia. Nadie la ha igualado;
si acaso, pero a distancia, mi hermana Elisa;
o mi suegra Gaby, zamorana de
Benavente. O mi cuñada Aurora. Esto es lo mejor de Cuando todos pensaban que habíamos desaparecido: la memoria emocional, la conciencia histórica. Mientras veía a
estos juglares gastronómicos, he vuelto a hacer
teatro con mi madre, una campesina iletrada, que “dirigía comedias”.
También me hubiera gustado probar el bousoncle o algo
así; plato sacrificial de los mexicas, digno solo de dioses y de héroes
cocinado con sangre de las víctimas ofrecidas.
Pero supongo que en la Max Aub no habían sacrificado nadie, siquiera a algún político responsable
del 21% de IVA al teatro. Sin sangre humana, el bousoumcle o como se llame,
perdía interés. Música, gastronomía, conciencia histórica, educación
sentimental. Y un inicio de escatología
sonora que regocijó mucho a la gente."La voz del culo que llamamos pedo", que decía Quevedo.
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