domingo, 15 de noviembre de 2015

TEATRO; CELEBRACIÓN DE LA MUERTE;MÉXICO


Isabel Mazuelas; In memoriam

Noviembre es el mes de los difuntos: crisantemos sobre las tumbas. Pero hay muertos que son más muertos que otros. O menos muertos, si se quiere, pues siguen viviendo  en el corazón de la gente. Murió Isabel Mazuelas, hermana de Txetxu Mazuelas, hija de Montserrat Angulo y de José Luis Mazuelas, el viejo sabio de los toros; el vasco  nacido en Burgos por ese don  de los bilbaínos de nacer donde les da la gana.
Cuando murió el viejo Mazuelas Manuel Llorente le hizo un obituario en verso: cambió la técnica del obituario para los  especialistas  en necrológicas. Ahora ha repetido suerte ante las cenizas  de Isabel Mazuelas, emulando desde el cariño la explosión romántica  de  Larra ante la tumba de Zorrilla. La inmediatez de estos versos, su  urgencia, tiene el valor de una crónica, la crónica de una vida;  y una  poética mortuoria intensa y limpia, que es un canto a la resurrección. Nadie está muerto mientras lo recuerden  versos como estos. Fragmentos del poema:
“Buena tardes, princesa/buenas noches, buenos días, princesa muerta/ Te saludo ahora y luego, más tarde y siempre./ Pero no soy yo quien te acaricia con palabras./ Sólo soy la palmera que se mece cuando el sol se rie. (…)
Somos todos los que estamos aquí/ en un jardín/ donde las cigüeñas deletrean tu nombre (…)
Ahora, cuando la tarde sabe a miel,/ te recuerdo radiante,/ surges silenciosa y tan blanca./ Como un gaviota/ planeas por las playas de Málaga;/ hablando sin hablar/ diciendo todo sin abrir los labios/ como un lamento, como una oración.  (…)
Te lo advierto. Esta noche/ cuando estés más dormida/ te volverá a sonar el móvil./ Y sé que mañana me llamarás/.
 Otra vez.”
Dan ganas de morirse para que a uno le hagan versos.
Nuestra historia: la comida y los muertos
Aprovecho los versos anteriores para enlazar la celebración de los muertos que, en la sala Max Aub de Matadero, hace la compañía mexicana Vaca 35. Sólo cuatro días…El teatro de Madrid está exultante  y un  poco enloquecido. Espectadores y críticos, de cabeza; sin poder dar abasto. El dia del estreno de Vaca 35,  a cincuenta metros estrenaba Eduardo Vaco, El mercader de Venecia.
  El mundo de los muertos como prolongación de una vida jocunda:  gastronomía, cocina, historia. Somos lo que comemos y lo que compartimos con los muertos. Y lo que cocinamos, como una herencia y una conciencia. Al final, los intérpretes comparten con los espectadores lo que han cocinado entre grescas, evocaciones y memoria familiar.  México y España en el presente; liturgia precolombina también. Naturalmente. 
Me hubiera quedado a comer las alubias con chorizo porque es lo que más me gustaba de mi madre. Y el salmorejo, por pasión de Córdoba. Había verdaderas peregrinaciones para comer las alubias con chorizo y oreja de la señá Rosario, mi madre, en Torre de los Molinos, una aldea de Palencia. Nadie la ha igualado; si acaso, pero a distancia, mi hermana Elisa; o mi suegra Gaby, zamorana de Benavente.  O mi cuñada Aurora. Esto es lo mejor de Cuando todos pensaban que habíamos  desaparecido: la memoria emocional,  la conciencia histórica. Mientras veía a estos juglares gastronómicos, he vuelto a hacer  teatro con mi madre, una campesina iletrada, que “dirigía comedias”.

También  me hubiera gustado probar el bousoncle o algo así; plato sacrificial de los mexicas, digno solo de dioses y de héroes cocinado con sangre de las víctimas ofrecidas.  Pero supongo que en la Max Aub no habían sacrificado  nadie, siquiera a algún político responsable del 21% de IVA al teatro. Sin sangre humana, el bousoumcle o como se llame, perdía interés. Música, gastronomía, conciencia histórica, educación sentimental. Y un inicio de  escatología sonora que regocijó mucho a la gente."La voz del culo que llamamos pedo", que decía Quevedo.

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