viernes, 17 de julio de 2015

TEATRO Y DEMOCRACIA.


  ¿Cuándo la programación del Español?
Una sociedad sin teatro, o con un teatro amordazado,  es una sociedad muerta. El teatro es el termómetro de una sociedad. Celia Mayer, nueva concejala de cultura del Ayto de Madrid, ha dicho que es necesario democratizar el teatro. Nada que objetar. ¿Y si estos muchachos que han entrado en la política como caballos en una cacharrería, -más por las formas que por el fondo- acabaran por hacerlo bien?. El miedo no tiene que cambiar de bando; el miedo tiene que desaparecer. Y no veo razón para temer a Podemos y sus franquicias. A fin de cuentas Pablo Iglesias ha dicho que es “socialdemócrta a la manera de Lenin”; cosa que me parece un contradiós: socialdemocracia y leninismo; pero quién sabe.  
Entiendo por democratizar el teatro, ponerlo al alcance de la mayor parte de la gente, liberarlo de  cargas  que lo asfixian, apoyar una creación libre y una programación en la que destaque la excelencia. En Madrid, que es lo que atañe a Celia Mayer y a Manuela Carmena, la juventud se ha volcado con el circuito alternativo, que sobrevive heroicamente y hace un teatro vivo, acaso el más vivo y rupturista de estos momentos. Hay que ayudar a este teatro. El circuito comercial tiene su público y en una sociedad libre es imprescindible; ha de atenerse a las reglas de mercado y no debe ser lastrado por cargas que asfixien su desarrollo. El 21% de IVA criminal, ha sido la puntilla para muchos.
El teatro institucional es clave en una sociedad canibalizada por el mercado. Los teatros municipales de Madrid, en especial el Español, deben ser un espejo y convertirse no solo en centros de exhibición, sino en centros de investigación abiertos a todas las corrientes. Cuando Juan Carlos Pérez de la Fuente, hoy director de El Español, fue puesto al frente del CDN, María Guerrero, hizo una programación que el Psoe no se había atrevido a hacer: recuperó a proscritos en aquellos momentos como Max Aub,    Arrabal o Nieva; potenció a un joven,  Juan Mayorga,  estrenándole una obra clave, Cartas de amor a Stalin; revitalizó  lo mejor  de Buero Vallejo y pretendió cerrar la antología de autores españoles con Alfonso Sastre,  posiblemente el mejor autor de la segunda mitad del siglo XX. Problemas burocráticos, por llamarlos de una manera fina, lo impidieron. Ya en la empresa privada, lo recuperó con una memorable puesta en escena  de Dónde estás Ulalume, dónde estás.
 Es el momento de recuperar a Alfonso Sastre, el exiliado de Hondarribia, para el teatro de Madrid, su ciudad natal. Y hacerlo desde el mayor templo del teatro: el Español. Urge que conozcamos la programación de los teatros municipales de Madrid; eso será la carta de presentación de Celia Mayer. Una oportunidad que no puede desaprovechar.

 El callejero de Madrid y la cultura.
Yo eso, palabra, no me lo puedo creer. Me niego a aceptar que una alcaldesa culta y muy liberal tirando a muy roja, quiera quitar del callejero de Madrid a Dalí, Gerardo Diego, José María Pemán, Jardiel Poncela, Muñoz Seca, Manolete y así hasta el infinito, por adictos al franquismo. Seguro que eso no es verdad. Como si quisiéramos borrar a Quevedo por antisemita, a Lope de Vega, por ayudante de la Inquisición o a Calderón de la Barca por ideólogo de la Contrarreforma.
Seguro que Manuela Carmena ha leído a más de uno.  Pero conviene aclarar alguna cosa; Manolete era amigo de los exiliados de México y se carteaba con Indalecio Prieto y vivió “en pecado” con Lupe Sino, cabaretera y anarquista de Cipriano Mera. Cuando lo mató el toro ya era piedra de escándalo para la España nacional católica.
José María Pemán, recibía en el mar, en tierra de nadie a Rafael Alberti, cuando éste se acercaba a las costas del Puerto de Santamaría. Y fue quien, tras convencer a Franco, restituyó el nombre a Jacinto Benavente, Premio Nobel, republicano y maricón. Benavente, en las carteleras, solo  podía firmar como el “autor de la Malquerida”. Gerardo Diego  se quedó en España y  escribió versos a Franco: “huevo de águila, a Franco nombro”.  Pero es uno de los más grandes de la Generación del 27, en la que todos eran grandes
 Pablo Neruda  llamó hijo de perra a Gerardo tras la muerte de Miguel Hernández: “vosotros los Gerardos, los Dámaso, los hijos de perra”. Qué hubiera sido de Vicente Aleixandre sin la protección de don Dámaso Alonso y, en menor medida, de don Gerardo. Porque Aleixandre también se quedó en la España de Franco y fue una lumbrera reconocida.
Muñoz Seca fue fusilado en Paracuellos en uno de los  episodios más oscuros de Santiago Carrillo, el liquidador del PCE, un personaje que abunda en episodios oscuros; La venganza de don Mendo, de Muñoz Seca es la más genial parodia de la tragedia cruenta.
 Respecto a Salvador Dali es un  gran pintor, indiscutible en el surrealismo. Y un  escritor, puede que superior al pintor. Fue anarquista a los quince años, y adicto a la Revolución de Octubre. Después se convirtió en bandera universal del franquismo, más que nada por oposición a Picasso que era pendón del comunismo estalinista.

No me creo que abolir estas calles sea cierto.  La izquierda o es abierta a la cultura  o no es nada. Hay una teoría de arte y militancia en Gramsci que conviene recuperar. Podemos discutir lo que es cultura, pero eso es otra cuestión.

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