A ras de calle y de miseria.
Hoy es jornada de reflexión. Y yo tomo las cosas al pie de la
letra y reflexiono en voz alta desde este modesto blog que muchos han dado en
llamar ya Un Voz sin Amo.
Lo primero sobre lo que tienen que reflexionar los políticos
es en interiorizar la amplitud del desastre a que han llevado a España, llamado no sin razón y causa las
Españas. Lo segundo es qué van a hacer para sacarnos del atolladero. El periodo
de discursos ha concluido. Y, con más o menos fundamento, casi todos han
quedado con el culo al aire; a quien no se le descubre un chanchullo, se le
airea una declaración de renta; y si alguien está puro y sin mancilla se
huronea en las cuentas de amigos y
familiares. En esto son maestros los políticos candidatos: en airear sus trapos
sucios y hediondos. Can-di-da-to: vestimenta blanca, inmaculada de los
aspirantes. Parece un sarcasmo. ¿O no?.
Los mendigos también reflexionan.
En mi zona, entre la plaza de Castilla y la estación de Chmartín, hay varios
mendigos, o méndigos en la jerga popular. Es un barrio de profesionales
cualificados, clase media, en líneas generales sólidamente instalada,
conservadora; salvo leves excepciones,
no les molestan los méndigos. Verían mal que, para adecentar el paisaje, el
nuevo edil o edila hiciese una redada de esas que llaman higiénicas. Los
méndigos de mi calle son gente de distintas nacionalidades, papeles y
fechorías. Y puede que alguno sin nacionalidad, sin papeles y sin fechorías. Tienen
algo en común: estas elecciones se la sudan, no
van a solucionarles sus problemas. Se saben los nombres, de los
candidatos, más o menos, pero no me dicen a quién van a votar y ni siquiera si
van a votar.
El primero, a mano izquierda según salgo de mi portal, frente
a un supermercado, es un nigeriano alto y delgado como aquellos negros que
salían en Las minas del Rey Salomón. Se
llama Denis lleva muchos años en
España y vende La Farola cuando la Farola ya no existe; lleva un número atrasado que nadie compra.
Sonríe siempre, nunca pide y cuando ve a una señora cargada de mercancías le
echa una mano y se las lleva hasta el
ascensor. Suelen remunerarlo bien.
Hay uno que ya es de la familia: Bruno. Es lo más parecido a un clochard. Vive y “trabaja” por aquí
hace muchos años; a la mendicidad la llama “el trabajo”. Tampoco necesita poner
la mano, la gente le da dinero, ropa, comida, cosas. Y Bruno mantiene la acera
limpia y barrida. Cuando la huelga de basuras,
organizó a los suyos, mantuvo la calle en orden y los piquetes no se
acercaban por aquí. Uno del grupo, del que decían que venía de Ocaña, lo
llamaba esquirol. “Ya ve usted, me dijo un dia el de Ocaña o de donde fuera,
por robar una barra y un barra de mortadela; a la trena”. Bruno agradece hasta los buenos días
con una sonrisa blanca entre el bosque negro de sus barbas y su mugre.
Bruno es muy solidario, todo lo comparte y esto, a veces, le
perjudica; a su banco llegan amigos de todos los puntos de Madrid y en
ocasiones meten bulla que molesta al
vecindario; pero se aplacan pronto. Cerca está Agustín, una escisión del grupo de Bruno, que limosnea por su
cuenta. Saca poco y cuando las cosas aprietan se aproxima al grupo del que se
escindió. También entre el lumpen hay separatismos; una difusa lucha de clases.
A unos cien metros, está una rumana joven a la que le falta una pierna y esconde la
otra en amplísimos pantalones mugrientos para dar más lástima . Tiene malas
pulgas y se cabrea si alguno no le da, que son casi todos. Está sentada en el
duro y frío suelo, muy cerca del kiosko, y yo suelo guardarle las vueltas de los
periódicos de fin de semana. Sólo dice “oye” y “gracias”, salvo si la limosna
llega al euro, que entonces dice “oye, oye hermano, gracias hermano”.
Más alejados hay otros
rumanos, mirados siempre con recelo pues la gente dice que es una mafia. Esos
no son de mi jurisdicción. Todos, los fijos y los transeúntes, tienen un
horario estricto; a las tres de la tarde la calle queda limpia de pordioseros.
Menos Bruno que suele estar a tiempo
completo.
Como estamos en jornada de reflexión no digo más. Los
lectores de este blog, Una Voz sin Amo,
habrán podido comprobar mi escrupulosa neutralidad. Incluso si digo que a lo
mejor no voto, eso no es campaña sino el reconocimiento de que nadie me
convence; menos los alcaldes de mis dos pueblos, Torre de los Molinos
(Palencia) y Colmenar Viejo (Madrid).
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