martes, 28 de abril de 2015

ESPERANZA D,ORS; ANTES ABUELA QUE ESCULTORA


Pequeños gozos sentimentales

Recibo una foto de Darío, un niño de poco más de un año, un niño guapo que tiene una hermana también  guapa que se llama Olaya. A través de esta foto pueden descubrirse algunos secretos y misterios de la naturaleza. La naturaleza  es bella; es el hombre  quien la hace bárbara e inhóspita. Crecerán Darío y Olaya y dentro de unos años acaso no se reconozcan en estas fotos.  Darío tiene pinta de actor, posa instintivamente como actor; cautiva con  insolencia inocente de actor el ojo de la cámara; la cámara se hace cómplice de Dario. Se llama Darío Diaz Amestoy. O sea que no sería extraño  que llegase a ser actor.
La foto de Darío me la manda su abuela Esperanza D,Ors, una gran escultora, una artista telúrica de mitos y de héroes. Esto es  secundario al hablar de Darío y de Olaya; la condición de abuela se impone a cualquier otra consideración; lo de escultora pasa a segundo plano. Le ocurre igual a mi hermano José María. Tiene una nieta también guapísima que se llama Alejandra. Mi hermano, con solo mirar al cielo adivina el agua y la ventisca, el cierzo y el pedrisco. Esa condición de hombre enraizado en la tierra y en los vientos es don de  los campesinos de Castilla: ver crecer la yerba, poner las frutas en sazón, darle a los  huertos, con el riego,   el verde exacto. Ya nada le importa; sólo la risa, los balbuceos, los trompicones  y la maldades de Alejandra.
Darío será actor, tiene toda la pinta: un galán seductor más cerca de los gozos del comediante y su paradoja que de los sufrimientos del Método, seguro. Su abuelo Ignacio Amestoy  es actor, aunque en menor medida, muchísimo menos,   que autor; Amestoy es uno de los imprescindibles de la generación de la Santa Transición;  Ainhoa, madre de Darío, es  actriz, aunque no sé en qué grado de comparación con lo que tiene de autora y directora. Mira, Darío;  yo quise ser actor y en mi pueblo, Torre de los Molinos, una aldea de Palencia, llevaba buena carrera. Mi madre, una campesina sabia, dirigía comedias y lo hacía muy bien. Si había un papel de muchacho ese era para mí. Y una vez me dio un protagonista, San Tarsicio, mártir romano de la Eucaristia; aún me duran los cardenales que los cafres  paganos de mi pueblo me infligieron.

Cuando llegué a Madrid, en vista de que no tenía porvenir como actor, me hice crítico de teatro; para acercarme al misterio, para descifrar el lenguaje sagrado del misterio. Imposible, Darío; el misterio es el misterio y acaso sea mejor no descubrirlo nunca. Basta quizá con tener un padre y una madre, un abuelo y una abuela. Y una hermanilla chica, como Olaya. Con el tiempo recordarás, por encima de todo, las caricias de la abuela y no sus colosales esculturas. Ser abuelo debe de ser algo importante. Yo ni lo soy ni los conocí. Y por eso dicen que, a lo peor, fui un niño desgraciado. No lo creo, pero algo me falta seguramente. Cuando seas actor ignoro  si yo estaré todavía en esta cosa de la crítica; pero cuenta conmigo. Serás el mejor actor del mundo, lo prometo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario