jueves, 1 de mayo de 2014

LAS HIJAS DE LAS MADRES QUE AMÉ TANTO......

Llego  a casa tras salir de un Macbez, de Animalario y Andrés Lima,  entre un infierno de bocinas colchoneras; triunfo seguro, claro, del Atlético y  Neptuno. En Lisboa dentro de poco, Neptuno contra Cibeles. Mouriño humillado; como Pep Guardiola anteayer. Esto es más que fútbol; es otra cosa. No tengo ganas de escrIbir, pero llego a casa y descubro que me queda un cuarto de botella de vino de rueda, verdejo. Mientras me quede esa miseria y ese vino, escribiré. No tengo sueño, me sobra insomnio y del vino  ya no puedo abusar, me bebí cosechas en mi lejanísima juventud. En mi juventud hice muchas cosas. Escribo, pues, a las dos de la madrugada, recordando a Campoamor: "las hijas de la madres que amé tato/ me miran ya como se mira a un santo".

El dia de hoy ha sido largo como un siglo; más que una semana sin pan, que dirían en mi pueblo de Torre de los Molinos. En un siglo, y en una semana sin pan,  y en un dia como hoy pueden ocurrir muchas cosas. Salí de casa como un pincel a las diez de la mañana, talmente como un  pincel y un San Luis. Y vuelvo probablemene hecho un desastre, como un niño después de un dia de colegio. En casi dieciseis horas pueden ocurrir muchas cosas.  Por ejemplo y resumiendo. Antes de llegar al María Guerrero: comida fuera de casa,   uno ya no está para esos trotes y estas frivolidadades gastronómicas. Además, ¿que puedo esperar de almuerzos a mi edad y con la que está cayendo?. Como en casa en ningún sitio. Primero, organización con Jacinto, mandamás de Gráficas 82, de la edición de  Diálogo con el vestido de torear, cuyos misterios desvelaremos un dia de estos. Un poeta, se supone que yo, una fotógrafa Maite Túrrez y una modelo, sin pasarela, cuyo enamoramiento del traje de luces es un enigma, todavía. Un enigma culposo.  Cada cosa a su tiempo. Asesoramiento a unos audaces sobre un documental de  Alfonso Sastre; conversaciones con Antonio Piedra, director de la Fundación Jorge Guillén, de Valladolid sobre la posibilidad de publicar mis obras completas y otros asuntos. Y luego dar un abrazo a Jesús Pardo, al que tanto debo, periodísticamente  y quiero, y a Manuel Longares que presenta la última novela de Jesús:  Rojo Perla. Admiro a  los dos, dos grandes de la novela española. Mi presencia es sólo testimonial, pues a las ocho de la tarde tengo que estar en el María Guerrero. Dia tremendo de afectos, de urgencias, de discusiones sobre teatro.

 Salimos del María Guerrero como de las corridas de toros: división de opiniones. Unos se acuerdan de la madre de Andrés Lima y de Cavestany y otros se acuerdan de su padre. Pasión, como quería Valle Inclan por boca de don Estrafalario,  la misma pasión que tienen los aficionados a los toros. Buen síntoma sobre la vitalidad del teatro. Alguien a quien no ha gustado mi crítica sobre el  Misántropo me pregunta qué tengo contra Miguel del Arco. Nada y me remito al titular, "Del Arco mejora a Moliere". El que tenga oidos para escuchar que escuche.

Un vino en el Café de Gijón, cuyo libro Historias golfas del Gijón, saco dentro de una semana.´Hay gresca sobre los Macbez.  Naturalmente me reservo para la crítica en el Mundo. De Andres Lima se pueden esperar genialidades; aquí hay alguna. De Javier Gutiérrez  y de Carmen Machi, también. Aquí hay muchas. A Rocio Gómez Muñoz, la ultima lady Macbeth  que he visto, la noto un poco perpleja y humilde.  Y de Juan Cavestany,  no digo nada hasta la crítica en el Mundo porque hay mucha tela que cortar. A mí Cavestany me hace gracia.  No creo que sea un autor  político, es un humorista. Situar a Macbeth, con zeta,  como presidente de la Xunta de Galicia no me negarán que tiene  gracia. Eso no se le hubiera ocurrido a Valle Inclán en un estado de delirium tremens;  aunque,  Shakespeare dixit,  la historia es un cuento de borrachos contada por un loco o algo así. La discusión se encrespa como después de una corrida de toros. Y yo me voy  a casa; me preparo la última tapa de jamón y caña de lomo, apuro el último vino verdejo gélido y refrescante y mañana Dios dirá. !A ver qué vida!. Disgustos, los imprescindibles.  Resulta que el vino verdejo que me quedaba en la botella era apenas un chato. Se acabó. Buenas noches.

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