jueves, 22 de agosto de 2013

Diario de Javier Villán.

Agosto 2013. jueves 22.

VARGAS LLOSA Y  EL DESNUDO DE ROSALIA  (IV).
La relectura del teatro de Mario Vargas Llosa que, para mitigar  su grandeza obscena de narrador y ensayista, acometí ayer por la tarde, induce a muchas reflexiones; quizá haya sido el golpe de mano  de Ponce en Bilbao lo que me ha vuelto los ojos a Vargas, gran poncista y premio Paquiro de El Cultural compartido con Pere Gimferrer. ¿Qué hacer tras leer por tercera o cuarta vez La Fiesta del Chivo?. Pues ir al tetaro de Vargas para no quedar apabullado para siempre por sus novelas. Tras el éxito de La Chunga, parece que el teatro de Vargas ha crecido en la valoración de los adeptos a la figura intelectual del Premio Nobel. La pasión germinal e iniciática  por el teatro le ha dado pocas glorias y siempre, incluso en las mejores representaciones, ha quedado como una incógnita sin resolver del todo. Natalio Grueso tiene programado, o tenía, un ciclo de la dramaturgia de Vargas en el Español.
 El  teatro, fue lo primero que le atrajo del milagro de la palabra; mas, por razones que nunca lograremos explicar satisfactoriamente, se pasó  a la narrativa, dejando la dramaturgia como una aspiración inalcanzable o una afición incierta. ¿Qué hubiera pasado de persistir con la misma tenacidad con que ha persistido en el ensayo y en la novela?. Mario Vargas Llosa en España, salvo en La Chunga que sirvió  para descubrir una insólita Aitana Sánchez Gijón a contraestilio, nunca ha sido bien representado. Releo La Señorita de Tacna , una solterona  de Trevelez con más fondo que la de Arniches, y aquella representación de 1982 no descubrió las complejidaes de la trama. De aquel sólo nos queda la pureza  sáfica y desnuda de Rosalía Dans que allí, creo yo, agotó sus posibilidades de actriz; sin ese purísimo desnudo, Rosalía tenía poco que ofrecer en escena; aunque en Los Gozos y las Sombras, en la tele, estuviera muy bien. La verdad es que, atrapada en su belleza inmemorial, Rosalía, la hija de Maria Antonia Dans poco podía ofrecernos como pintora o como actriz. Pero sus apariciones en el Gijón nos turbaban, aunque no fuera especialmente una mujer sensual y afrodisíaca como su madre y mucho menos tan seductora y galaica.
En esos tiempos, 1981 o 1982, a Rosalía Dans  le gustaban los hombres maduros y muy de derechas. La madurez no sé que límites le pondría, pero lo de derechas no tenía fronteras. Así que la tribu canalla del café de Gijón, joven, tirando a ácrata  e impecune, no teníamos nada que hacer. La Señorita de Tacna vendrá, supongo, al ciclo de Natalio Grueso si es que el ciclo se hace; y entonces podrá verse que tiene más posibilidades, quizá, que las de aquel desnudo de Rosalía Dans a la vez vegetal y alabastrino.    

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